Como había mencionado en mi primer post, el de la gloriosa heladera que ahora está llena de productos de primerísima calidad :D, tengo que contar poquito a poco los episodios que me llevaron a vivir durante siete años y pico a base de préstamos y otras artimañas.

Por qué siempre me gustó Monserrat

En un mundo vestido de rosa y lleno de filtros Instagram, compartir es una de las actitudes más bonitas del planeta. Dar es dar, afirma Fito y es cierto, pero en algunos casos estoy segura de que muchos empezarían por decir qué depende de con quién se comparte.
Y no es que sea forra porque me mantuve en esta situación del 2008 a mitades del 2013, o sea, la mayor parte del tiempo que llevo viviendo en Buenos Aires. Lo que pasa es que la convivencia es un caso digno de estudio: uno se pasa la mayor parte de su adolescencia pensando en independizarse y cuando por fin lo logra, aunque sea en parte, se pasa la otra parte del tiempo quejándose de cómo le tocó tener esa independencia.
Irónico, siempre le tiran de todo a la Patria y al Trabajo,
nunca llegan a darle al viejo porque está muy alto.
El hotel queda por calle Perú, en una zona pintoresca justo a un costadito del Microcentro llamada Monserrat, aunque muy pocos saben que ése es el nombre del barrio; a mi parecer, una ubicación ideal porque no está en medio de todo el quilombo ni muy lejos como para tener que caminar mucho. Para el cómodo recién llegado a la gran ciudad que no le gusta caminar mil cuadras, tomar mil coles y caminar otro tanto más, está perfecto, porque casi todos los colectivos y subtes pasan por esa zona. Tenía el monumento del amadísimo Julio Argentino Roca muy cerquita, además de la torre del Palacio de la Legislatura –que se ve en la imagen que robé, ya voy a sacar una foto propia, perdón–, la Plaza de Mayo, el Cabildo y bocha de referencias más: imposible perderse salvo que seas idiota o tengas un pésimo sentido de la orientación. Confieso que por ahí me confundían las diagonales, entonces me alcanzaba con estar al lado del querido Roca para ubicarme.
¿La mejor parte? Durante el fin de semana no hay un alma, silencio absoluto, porque esta parte de la ciudad es de oficinas y casas centrales de X comercios, así que para el viernes a las 6 de la tarde, todo el mundo raja.
El edificio era de estos antiguos, estilo San Telmo, todo de inicios del siglo XX, ascensor incluido. Mi primera época la viví en el tercer piso en una habitación con balcón ubicada a través de un pasillo con puerta, cosa que me daba aún más privacidad, sería de unos 30 m2, quizás un poco más y venía con unos cuantos muebles, como el ropero antiguo y enorme, una mesa y 3 sillas, un sofá viejo de un cuerpo y una cama, que usaba de apoya-todo porque me había comprado un sommier. El piso de madera estaba lleno de astillas y el polvo se acumulaba con facilidad y salvo eso, estaba muy conforme con el lugar; la vista me resultaba agradable y el techo alto siempre da sensación de grandeza y expansión, había espacio de sobra para mis pensamientos.

Sharing culture

En algún momento hablaré del hombre que me hospedó y de la lista de personajes que llegué a conocer durante todo ese tiempo. Ahora vamos a hablar de las dos instancias de sharing obligatorio a las que cualquier inquilino tenía que acostumbrarse en ese lugar.
El hotel estaba compuesto de dos pisos con una cierta cantidad de habitaciones dentro, yo viví en ambos y por eso sé cómo eran las dinámicas mejor que nadie. El primero era el más viejo de todos, incluso la gente porque al menos tres o cuatro inquilinos habían vivido allí hace más de 10 años y ninguno de los espacios había sido refaccionado hace bocha de tiempo. El segundo piso, en cambio, se veía mucho mejor; el dueño había invertido para reciclarlo y esperaba recibir inquilinos extranjeros para cobrarles más caro.

La cocina

Algo así era, pero en color marrón chocolate.
La del primer piso daba pena, las paredes manchadas y destartaladas estaba acompañadas de unos azulejos que en algún momento habían sido blancos. Tenía una heladera viejísima y grande de la que ya hablé antes, una mesa del tamaño de las de restaurant, dos sillas de distinto estilo con el forro y cuero gastado, una mesada de mármol viejo y torcido con un lavabo hondo y grande –ideal para lavar muchos platos– y una de esas cocinas industriales antiguas, no sé bien cómo se llamaban, pero era larga y daba espacio para tres personas, algo así, solo que sin hornos, sin nada abajo. Después, el dueño sacaría esa cosa porque daba pérdidas de gas y pondría una cocina común y corriente en su reemplazo.

La cocina del segundo piso se veía bonita al principio, heladera nueva, cocina nueva equipada con bandejas para el horno, termotanque nuevo, mesas y sillas nuevas y hasta tenía microondas, que no duró mucho porque el dueño se lo terminó llevando a modo de castigo por el mal uso de los huéspedes y porque en menos de tres años, la cocina en general, se terminó desgastando.

El baño

Una de las cosas que más me gustaban del segundo piso era su amplitud, dos personas con silla de ruedas y un acompañante entraban sin problema. El agua de la ducha caía con fuerza y siempre había agua caliente. Lo malo es que los materiales que el dueño usó para la refacción eran de mala calidad, cosa que al primer mes llegué a ver una baldosa quebrada, capaz porque al colocar el piso no usaron demasiado cemento, el lavabo llegó a tener pérdidas y el inodoro se descomponía cada dos por tres; el viejo se indignaba porque decía que alguien lo rompía, ya que era él mismo quien lo reparaba :B.
En cuanto al baño del tercer piso, no recuerdo mucho, capaz lo quise olvidar porque era muy feo y para una mujer, los baños son sagrados, bah no sé, pero para mí es así. La ducha era viejísima, yo misma un día compré una cortina de baño y la instalé, el espejo estaba hecho pelota y lo único que me gustaba es que era igualito al de la escena en la que Terminator se saca el ojo. Algo a favor de su estética: el inodoro jamás se rompió. Otra cosa mala era que para llegar al baño tenías que subir unos cinco escalones, con superficie de mármol o algo parecido a ese material, todos desnivelados; si eras nuevo, te daban ganas y te animabas a salir a la noche hasta allá, lo más probable es que te tropezaras y te dieras un flor de golpe antes de llegar arrastrándote a la puerta, ojo, naaada de eso me pasó a mí.

La gente

Mi teoría después de años de estudio y trabajo de campo es que las mujeres cuidamos menos lo ajeno y somos más sucias. Me incluyo en el grupo porque me molesta cuando la gente hace afirmaciones de este tipo hablando en tercera persona del plural, pero si el dueño me adoraba es porque yo mantenía ciertas actitudes de convivencia que otros no.
Uno de los disgustos por los que nunca tuve que pasar en el baño del tercer piso fue el de ducharme y que el agua comenzara a rebalsar por la cantidad de pelos estancados en la tubería ¿Por qué? Simple: en el tercero, la mayor parte del tiempo, solo vivían hombres. En todo caso, es muy probable que alguno de ellos se llevara ese disgusto por algún olvido mío de quitar mis propios pelos, porque ese tipo de cosas pueden ocurrir. En el segundo piso ocurría demasiado seguido y para suerte del resto de los huéspedes, el pelo que el dueño sacaba al usar la sopapa siempre era de un rubio teñido –una de las lesbianas–, así que el resto quedábamos libres de sospecha.
El tema de la heladera es un asunto general: siempre hubo algún avivado que a falta de tener su propia gaseosa o padecer hambre, se robaba el yogurt, leche, queso del otro y sí, la mayor parte de las veces eran lácteos. Contra el hurto no se podía hacer nada más que quejarse bien al pedo porque todos, en ambos pisos, conocíamos los horarios de los demás y sabíamos muy bien cuando ir a la cocina a alimentarnos de la comida ajena. Traté de usar la heladera lo menos posible para evitar ese tipo de disgustos y cuando empecé a trabajar, pasaba aún menos tiempo y dejé de conocer el horario rotativo de mis compañeros de piso.
El castigo del microondas en el segundo piso fue impuesto debido a meses de mugre, la gente explotaba cosas dentro del hornito y no lo limpiaba. Lo mismo pasaba con la cocina, la pileta que se llenaba de restos de comidas –más cañería tapada y atracción ideal de las cucarachas– y el piso mojado o con manchas de grasa resecas; esto se aplicaba para ambos pisos porque siempre había algún sucio por ahí. La diferencia está en que, de alguna manera, la gente del segundo piso se las ingenió para estropear una cocina nueva en tiempo récord, mientras que la del tercero, destartalada y todo, conseguía sobrevivir al paso del tiempo.

Cuestión de actitud

En los dos pisos me mantuve en una posición neutral, no me metía con nadie y saludaba a todos. De cuando en cuando aparecía el o la que tenía ganas de chusmear, me prestaba al juego con prudencia y mi ley para todos los casos era estar de acuerdo con todo lo que el otro dijera; de esa forma, la conversación terminaba más rápido –después haré una lista de recomendaciones–. Cuando no lograba convencer del todo con esta estrategia, apelaba a contar algún que otro detalle de mi vida personal –lo que los vecinos quieren saber siempre–, me quejaba de la realidad política del país y de lo mal que está todo –en Buenos Aires, no sos argentino si no hacés eso– y con eso conseguía una salida victoriosa de mi paso por la cocina o el cruce de camino al baño.
En el tercer piso me adoraban, era la única mujer y la más joven. Era la muchachita de provincia que comenzaba su camino de independencia y aventura en la monstruosa Buenos Aires. Los viejos me daban más charla –medio embole eso– y se interesaban mucho por mí, me daban consejos y me preguntaban cómo me iba con la carrera, si tenía novio, que tuviera cuidado a la noche y el típico:
"Cuando triunfes y estés por ahí laburando bien, acordate de nosotros".
Eso siempre me recordaría lo poco considerados que somos todos con los viejos y que la charla y la convivencia siempre dan experiencia. No creo que vuelva a tener momentos de aprendizaje como esos de nuevo, al fin y al cabo, todas las personas siempre tienen algo interesante para contar y ¿a quién no le gusta una buena anécdota, un buen cuento?

La garantía regular para la compra de un inodoro es de 50 años, en algunos lugares, no sé qué tanto les convenga porque los inodoros en realidad son perennes. A menos que les des un buen golpe, sí, un buen golpe.
En mi vida he cometido un buen número de estupideces, pero mi primo Josefo me superó, lejos, con este episodio. Digo yo, hay que tener talento para romper un inodoro porque nadie entra al baño con un martillo para que se le caiga por accidente, por ejemplo.
Para poder escribir el artículo me puse a investigar un poco, resulta que también hay retretes de acero inoxidable y otro tipo de material impermeable; nunca vi uno de ese metal. En este caso, el difunto era de porcelana gruesa, como todos los que conozco.



Aclaraciones previas

Aclaro porque es fácil ir con un yunque, dejarlo caer y hacer añicos algo hecho de porcelana. Sería muy simple proponerse a uno mismo romper un retrete solo para quitarse la bronca con algo; es un desafío que cualquiera podría cumplir. A mí misma se me vinieron a la cabeza una bonita cantidad de maneras de destrozar un inodoro solo porque sí, pero aquí hablamos de romper uno por accidente.
Uno puede romperse una pierna por accidente, puede hasta morir –habría que buscar alguna estadística sobre qué es más probable: morir por asuntos del azar o romper sin querer un inodoro–, pero destruir alguno de estos elementos del baño de remil pedo... cualquiera se preguntaría ¿Pero qué sorete (jaja, sí) estabas haciendo para romperlo así? El tipo lo dejó completamente inutilizable.

Instrucciones paso a paso: cómo destruir un inodoro por accidente

Vamos a los pasos:

  1. Procure estar en un ambiente de intimidad: le será más sencillo cumplir con cada paso y su costado más idiota surgirá con absoluta espontaneidad. Ejemplo: un departamento alquilado, usted vive allí mediante un contrato de dos años y apenas ha cumplido 3 meses de ocupación.
  2. Asegúrese de estar acompañado: si realiza todos estos pasos sin la presencia de otra persona, podría llegar a salir lastimado; recuerde que golpearse con un inodoro puede ser fatal debido a la dureza del material. La compañía puede marcar una enorme diferencia, recuerde, lo pensará dos veces antes de volver a realizar este procedimiento. Ejemplo: un familiar o amigo siempre serán mejores opciones que su pareja.
  3. Búsquese algo estúpido para hacer: cualquier cosa, pero recuerde: tiene que ser intrínsecamente ridícula y tiene que realizarse parado sobre una superficie que lo ayude a conseguir cierta altura. Ejemplo: intente matar mosquitos utilizando un repasador o trapo cualquiera; hágalo cada vez que escuche un zumbido y vea volando a cualquier bichito, no alcanza con creer ser el señor Miyagi, sea el señor Miyagi. Procure hacer todo esto en verano, lo ayudará a ponerse de peor humor.
  4. Ensáñese: irrítese sin tapujos. Lo que sea que esté haciendo, tómelo de forma personal, tiene que conseguir o conseguir, vencer o vencer y si alguien a su alrededor, le advierte e intenta hacerlo consciente de que lo que hace es estúpido, no escuche, siga sus instintos. Ejemplo: siga a todos los mosquitos como si su vida se fuera en ello, aplástelos con furia y que no le importe que queden manchitas negras y rojas –los mosquitos se alimentaban– en la pared o en el techo, que no se escape ninguno.
  5. Descanse por un momento: relájese, el mundo no se acaba allí, recuerde que alguien lo observa –o intenta no hacerlo– y le explica lo absurdo que usted se ve. Intente focalizar la atención en su compañero para guardar las formas. Ejemplo: tome interés por lo que su acompañante hace, compórtese como el anfitrión que –en el fondo– usted sabe ser.
  6. Retome su actividad con fuerza: si antes estaba decidido a hacer el ridículo, esta vez supere sus propias expectativas, recuerde que siempre se puede ser más estúpido, lo que sea que esté haciendo es más importante que su dignidad: Repita durante 10 minutos. Ejemplo: encuentre mosquitos, no le será difícil, ya que usted no tiene un insecticida y no tiene intención de adquirir uno.
  7. Traslade su actividad al baño: después de exponerse a semejante nivel vergüenza, este paso vendrá por sí solo. Usted estará convencido de que lo que hace es lo correcto y es muy probable, que a estas instancias, su acompañante le restará atención. Ejemplo: acorrale a los mosquitos hacia el baño, es un espacio más pequeño del que no podrán escapar; lo más probable es que los mosquitos se hayan trasladados a ese sitio por propia voluntad, sin embargo, crea con vehemencia que fue gracias a sus habilidades.
  8. Párese descalzo encima del inodoro: coloque todo su peso, de ser posible, procure que el inodoro no tenga tapa, o bien, suba la tapa previamente. Presione, de ser necesario, salte seguro de su propio sentido del equilibrio y no se rinda. Repita hasta perder el equilibrio y pisar mal. Ejemplo: intente alcanzar al mosquito con todas sus fuerzas, el repasador –y no cualquier otra cosa– es su mejor arma, que no le importe el inodoro, está convencido de que resistirá todo su peso.


Siguiendo estos pasos, uno por uno y respetando el debido orden, tendrá –garantizado– un inodoro roto y una herida de minúscula, mediana o enorme gravedad, dependiendo de su suerte.

Reacciones
Al escuchar el ruido seco, pegué un salto y pensé: "Seguro el muy boludo se hizo pelota". Me levanté rápido para ver qué le había pasado y la puerta del baño estaba cerrada.
–¿Josefo estás bien? ¿Qué pasó?
–¡Nada! Sí, sí, estoy bien.
–A ver, dejame entrar, ¡dale boludo!
Le saqué una foto con mi celular, pero de muy mala calidad, así que les dejo un dibujo ilustrativo.



Como soy una persona solidaria y porque casi ninguno de los amigos de mi primo son mis amigos, decidí subir un breve comentario al Facebook que intenté rastrear, pero a lo visto fue eliminado.

Advertencia: el cumplimiento de estas instrucciones no garantiza que usted deje de cometer idioteces o que resulte ileso física o moralmente de la experiencia.

Trabajo: pasar nueve horas encerrada en una oficina podría ser una de las cosas más monótonas que jamás me hayan ocurrido, sino fuera por la pila de personajes que coexisten conmigo y por los que se pasan cada tanto por distintas razones.
Hoy solo voy a hablarles de Genovevo, a quien le cambié el nombre para proteger su identidad –aunque con solo describir lo que hace, alcanza para saber quién es de sobra– y es lo que voy a hacer con todos los seres reales que conozco: ponerles nombres antiquísimos por su seguridad.

Genovevo
Se trata de un muchacho que hace poco –no taaan poco– pasó la franja de los 30 años, pero cualquiera que lo conociera, no podría afirmar de buenas a primeras que:
1. pasa los 30, algunos dirían que está llegando, estoy segura.
2. tiene dos hijos.
3. tiene novia.
4. y que es muchísimo más maduro de lo que aparenta (edad mental que le estiman: 13 años).
Es un geek-friki-fanático de lo mediático, que se especializa en el conocimiento del anime y cultura japonesa, un autodidacta que sabe bastante de computadoras y diseño digital, fotógrafo, productor (¿?), cosplayer y... em... ah, claro, empleado de una empresa. Le encanta sacarme en cara –ojo, es bastante sutil– como consiguió todo lo que consiguió, como sabe lo que sabe sin haber estudiado una carrera universitaria, como yo.
Se especializa –y de esto sí que parece que hizo un doctorado– en verle el lado pervertido a toda realidad, acontecimiento, suceso, hecho posible y su influencia es tan poderosa en este asunto, que arrastra a toda persona que tenga la fortuna de entablar amistad-compañerismo con él. Y es un tema serio: cada empleado nuevo que ingresa al trabajo, se asombra de su habilidad y tiende a lanzar miradas de extrañamiento al resto de los compañeros en la mesa redonda del almuerzo; el caso es que todos ya estamos acostumbrados a esta actitud y aprendimos a vivir con ella porque sabemos –mil intentos mediante– que no se puede cambiar.

#Foodporn
Me dio hambre.

El título viene porque hoy me hablaron de este hashtag del que yo no estaba enterada y –salvo la constante confusión de Geno en decir soft en lugar de food– después de varios ejemplos, surgió la brillante (¿?) idea de hacer un video con esta temática. No me puse a chequear, pero lo más probable es que ya haya uno de estos:
Situación romántica, filtro instagram, habitación sexy de hotel, colores cálidos, Geno y una hamburguesa –o cualquier otro plato de comida chatarra– que se vea lo suficientemente obscena y slutty, con la canción del Sexy Sax Man, digo, la de George Michael con los saxos y muchas escenas en cámara lenta con ketchup y mostaza volando por los aires. O eso me imaginé yo: Genovevo en realidad, nunca terminó de explicar toda su idea porque no pudo hacerlo con nada en todo el almuerzo. A veces le pasa eso.

¿Y el gran dilema existencial?
Si Geno puede imaginarse una escena con lo ideal de foodporn sin problemas, entonces dudo mucho que de verdad hubiera podido dar una respuesta rápida al planteo con el que les salí a todos en un almuerzo hace dos o tres semanas.

En un mundo en el que sos casi un ser perfecto: podés prescindir de estas cosas sin tener ningún tipo de problema de salud física, tu cuerpo no los necesita para nada, pero sí o sí tenés que vivir con uno solo.
¿Qué elegís?
¿Comida o sexo?


Otro día hablaré de las múltiples reacciones, porque lo divertido del dilema es eso: las caras que todo el mundo pone cuando se les hace esa pregunta. Algunos piensan que es fácil de responder, que es una tontería, pero justo Geno que dijo tenerlo resuelto, hoy habló con lujuria ¡de la comida! Habría que ver si de verdad está dispuesto a vivir el resto de su existencia sin ella, como dijo hace dos semanas.
Estuve tan feliz estos días con lo de mi heladerita nueva que se me pasó por completo explicar por qué el blog se llama "Antes del 30".
Primero y puntual, porque "Antes de los 30" ya estaba tomado. Era mi idea empezar a hacer una cuenta regresiva a largo plazo, porque en unos meses voy a cumplir un cuarto de siglo y la idea me molesta. Bastante.
Estaba probando todas las formas posibles de expresar esta idea:
Antes de los treinta
Antes de 30
Antes de treinta
Treinta antes
30 antes
Antes Treinta
Antes 30
Sí, sí, todo con su variante del treinta en números y entonces me acordé de aquella vez.

Yo: –Antes del 30 te lo entrego seguro.
X persona: –Dale dale, no es urgente igual.

Z persona: –¿Tenés novedades del papelito que me ibas a dar?
Yo: –Sí, sí che, colgué un poco esta semana, pero antes del 30 lo tenés, posta.

H persona: –¿Para cuándo creés que lo vas a tener listo?
Yo: –Antes del 30.
H persona: –No me jode si es el 30 jajaja.

¿Hace falta decir que todos estos individuos no recibieron nada antes del 30? Que sean tres los ejemplos, es alusivo, en realidad no recuerdo cuántas veces habré respondido de esa manera.
Tengo algo cabalístico con esa cifra, tanto así, que justo esta mañana, mientras leía las noticias por internet, me topé con esto:

Significado del número 30 para el signo de Leo


En esta historia, voy a empezar a hablar de a.H. y d.H. en referencia a la compra que considero, marca uno de los hitos más importantes de mi vida. Fooaa, bue, sí, exagero un poco, solo un poco, cuando les cuente todo lo que viene a.H. van a entenderme mejor.
Hace bocha de tiempo que quería comprarme una heladerita, nada ambicioso con freezer, ciclos no frost y sarasa, me alcanzaba con que enfríe, ¿cuál era el problema? Mi completa falta de carácter y decisión.
Una lista de factores me llevaron a vivir alrededor de casi dos años sin heladera. Seee seee, se puede vivir sin este electrodoméstico, es cuestión de ingeniárselas, pero te lleva a tener cierto estilo de vida y a ser continuamente cuestionado por tus cercanos: ¿Pero y cómo hacés? Olvidate de tener hielo ¿No guardás comida? ¿La gaseosa la tomás caliente? En verano seguro te querés matar...
Soy una persona que tarda mucho en decidir cuando la compra supera los 3 mil pirulos, es como que me agarra un temor a que después me arrepienta, que no me guste, que el producto esté fallado y me lleno la cabeza de mambos, termino exhausta –casi como si hubiera tenido que rendir un final– y no decido nada.

Los factores

Para el caso de la heladera –en algún otro momento contaré otros de mis episodios de indecisión–, pasé por varias instancias hasta el día épico, hoy. Vamos a titularlos como a los nombres de los episodios de Friends porque soy una mina copada y porque estoy viendo que después voy a tener que detallar con más extensión cada uno de estos factores en otro post:
1. El del hotel residencial: cuando me mudé a Buenos Aires –no soy de la capi, después hablaré de eso también–, caí en una especie de residencial, hotel y todos teníamos una heladera comunitaria. Un armatoste de Dios sabe qué año –no era una Siam de los años 60 que caería en lo vintage y por ende, "con onda"–, de material resistente, marrón oscuro con rajaduras y rayones, que al abrirla tiraba un sonidito y olorcito curiosos (adjetivo amable). Ah sí, el hotel no era un telo, pero tampoco esos hogares para universitarios chetos, yo vivía con unos viejetes y cada tanto, con algún que otro personaje pintoresco –esos no duraban mucho– y cada uno tenía una definición distinta de lo que es higiene. Así que se imaginarán lo que significaba dejar cosas en ese aparato.
2. El de una heladera solo para mí: resulta que al dueño del residencial le caía muy bien, el viejo era muy bueno conmigo y no le fue nada fácil desalojarme, en realidad, no tuvo otra opción. Tenía la costumbre de comprar cosas usadas que le parecían una ganga, incluso cuando no tenía espacio en donde guardarlas y eso fue lo que le ocurrió con una heladera que le dejó algún antiguo huésped. Vieja, destartalada, mucho más moderna que el armatoste comunitario, seguro; me pidió permiso para guardarla en mi habitación y a cambio, me dejó usarla como si fuera mía. Yo vivía con los muebles que venían por defecto con el alquiler, solo tenía un escritorio viejo de abogado, así que no tuve reparo en quedármela, al contrario, feliz de no tener que usar el armatoste nunca más.
3. El del ataque de las cucarachas - episodio I: ¿qué atrae a estos bichitos más que nada en el mundo? con el progresivo desgaste del pintoresco y antiguo edificio de Monserrat, vinieron las cucas en todos los tamaños, colores y formas. El dueño tenía una incansable guerra con estos animalitos que aparecían, sin importar las veces que vino el fumigador –yo no sé cómo fumigaba la verdad–; el caso es que mi habitación, a pesar de ser la más grande de todas, estaba ubicada justo en frente de la cocina. Así que, gradualmente, dejé de guardar elementos en la heladera.
4. El de la mudanza de habitación: la primera a la que me mudé era la más grande de todo mi piso, lo malo es que era interna. Tenía dos puertas –eso lo explicaré con más detalle después–, pero usaba solo una y la falta de ventanas, me mantenían encerrada en un cubo psicológico. Ni bien se desocupó la habitación con balcón –antes vivía una vieja que entra en el grupo de personajes pintorescos–, salí volando para allá. Hasta entonces, el dueño había vendido la heladera prestada, creo que le ofendió un poco ver que yo no la usaba para nada.
5. El del ataque de las cucarachas - episodio II: para cuando llegué a esta instancia, había aprendido a vivir con lo mínimo imprescindible de alimentos que requieren del frío para conservarse. La mayor parte de las cosas que consumía era no perecederas y para el caso de frutas y verduras, procuraba comprarme ensaladas preparadas, o bien, lo que consumiera en el plazo de 24 horas. Pero el día en el que el dueño me dijo que era hora de desplegar mis alas y volar del hotel, coincidió con la mañana en que me dije que ya no podía seguir viviendo en un lugar en el que las cucarachas aparecían sobre mi cama, a plena luz del día, incluso cuando mi habitación estaba al otro extremo de la cocina y cuando no había nada de que alimentarse a 25 metros cuadrados a la redonda.
6. El de la costumbre: sería la etapa más aburrida y la que menos puedo justificar. Ya contaba con unos cuantos muebles propios, equipito de música, notebook, tele. Para entonces, tenía tiempo de trabajar y si había necesidad, guardaba alguna que otra cosa en la heladera de la oficina. Mis deudas eran otras y cualquier cosa tenía más prioridad.
7. El de la falta de decisión: como había explicado antes, soy una genia en estresarme al pedo por asuntos que no lo ameritan como: averiguar sobre las marcas más confiables –no hay, es cuestión de yeta–, o bien, pasearme por negocios y ver ofertas y promociones –no son la gran cosa nunca–. Esto llevó a aplazar mi tiempo sin heladera a un año y pico.
8. El de "no tenemos stock": cuando por fin me decidí por un modelo Whirpool vintage, la heladera había dejado de fabricarse. Ja. JA. Esperé casi dos meses para ver si reponían el stock, cosa que al día de hoy no ocurre. Ya veo que mañana aparecen esas Whirpool disponibles... quemo todo Musimundo.

El año cero

Miércoles 27 de mayo de 2015: llegó mi heladera.

La compré el sábado, el lunes fue feriado por el 25 y la entrega se hace en 48 hs., el martes tenía que ir al médico –primera vez en mi vida que voy a uno por un chequeo general, caso para otra historia–, así que me la trajeron hoy.


Es c: gris, como podrán ver, tiene plastiquito protector en toda la superficie, no voy a sacárselo jamás ¿Vieron que todas las cosas nuevas vienen con plastiquitos? Yo soy de las que los dejan ahí hasta que el borde se llena de tierra y más tierra y pelos y se empiezan a descascarar y aún así, siguen ahí; mis conocidos me dicen de todo, intentan quitarlos a escondidas, dejan de ser mis amigos, pero otro día –muchos pendientes ya– les voy a hablar más en detalle de eso.
Aceeeeeeepto propuestas de imanes, mi idea es ponerle cosas super copadas, que nadie más pone en sus heladeras, por ejemplo, posters de películas clásicas, pinturas famosas.
También voy a hacer algo así como un Manual de Supervivencia sin Heladera, para que todos ahorremos energía a full, cuidemos el medio ambiente. Así culmina esta etapa de mi existencia, dudo mucho que pueda vivir de esa manera de nuevo, genial juventud.